El 14 de marzo de 1877 moría en Inglaterra, próximo a cumplir 84 años, tras vivir sus últimos años en el exilio trabajando de sol a sol como chacarero.
El gran restaurador moría en Burgess Farm, a 3 millas de Southampton (Inglaterra), don Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas, estaba próximo a cumplir 84 años. Ajeno a la pomposidad de su sangre patricia y molesto con sus padres por no haber aceptado a su mujer, eligió ser llamado Rosas a secas sin z y sin ortiez.
Hacía un cuarto de siglo que vivía allí. Vencido por Urquiza en la batalla de Caseros, tomó el duro camino del exilio, junto a su hija Manuelita, a su hijo Juan Bautista, a su nuera y a su nieto Juan Manuel.
Aquel hombre que tuvo la suma del poder público pasó su exilio como chacarero trabajando de sol a sol, y a los ochenta años seguía subiendo a su “oscuro” sin tocar los estribos.
En un carretón sin toldo iba al pueblo a buscar las provisiones. Salvo ocasiones especiales, se cubría la cabeza con un viejo sombrero de paja de ala ancha. Su vida era sencilla y pasaba privaciones económicas, aquel que vivió en el lujo decía: “No fumo, no tomo rapé, ni vino, ni licor alguno, no hago visitas, no asisto a comidas ni a diversiones…Me afeito cada siete u ocho días para economizar. Mi ropa es la de un hombre común. Mis manos y mi cara son bien quemadas y bien acreditan cuál y cómo es mi trabajo diario incesante. Mi comida es un pedazo de carne asada y mi mate. Nada más”.
A veces lo visitaba su hija Manuelita con sus dos nietos ingleses, Manuel y Rodrigo que vivían en Londres, y el sol salía para el viejo solitario. En el último tiempo, cuando su pobreza fue extrema y debió comer sus últimas gallinas y vender las dos únicas vacas que le quedaban, se acentuó su misantropía y pidió a su yerno que no lo visitaran. Avisada por el médico su hija llegó a tiempo para despedirlo:
–¿”Cómo le va, Tatita”? -“No sé, niña…”. Y expiró.
En la mañana neblinosa, rumbo al cementerio católico de Southampton, corto es el cortejo y sencillo el féretro. Pero sobre éste luce una bandera argentina y un objeto al que un rayo de sol mortecino arranca un destello dorado: es el corvo glorioso que le legó San Martín.
Basado en “El ermitaño de Burguess Farm” por Raúl Lima.
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